Última modificación: 2018-02-04
Resumen
En la cultura romana, el cuerpo funciona como el signo por excelencia que determina y verifica identidades y diferencias entre los actores sociales y sus funciones. Este carácter identificatorio socialmente consensuado lo transforma en un elemento óptimo para intervenir, metáfora mediante, en enunciados que describen y/o prescriben el cómo y el qué de los diversos discursos producidos por la elite dominante. La poesía del siglo I a. C. hace un uso peculiar de este mecanismo, consistente en emplear el cuerpo del yo enunciador o el de su objeto de deseo o de odio, constituidos en materia de la escritura, como metáforas del propio quehacer poético. En este orden de cosas se postula que, en el poema que abre el segundo tramo del ciclo de Sulpicia (CT. 3.18), la referencia al desnudamiento de la enunciadora y a la posible crítica desencadenada por esta actitud, es una metáfora que predica acerca del estilo llano y despojado que lo caracteriza y diferencia del primero, atribuido por la filología al así llamado “amicus Sulpiciae”.