En lo que se podría denominar las sexualidades del presente imaginadas por la ficción, creo que es posible encontrar una constelación de figuras que responden a nuevas retóricas de lo queer o lo no normativo. Los textos literarios funcionan a modo de perceptrón, de fábrica de imaginaciones y percepciones que permiten leer qué imágenes construye la sociedad de sí misma.1 En esos estados de imaginación encontremos en el presente corporalidades que ya no son leídas como monstruosas, exteriores a la sociedad, patológicas o anormales, sino como algo excepcional y raro pero que puede tener lugar. Una de las características más notorias de estos nuevos modos de imaginar la sexualidad es la falta de una norma trascendente que establezca la diferencia entre lo normal y lo anormal. Tan solo se puede hablar de anomalías, fenómenos de borde, raros, inusuales, rugosos pero que no son desviación ni patología.2 No se trata en modo alguno de una novedad, pero sí de un cambio de registro y de un acrecentamiento de este modo de imaginar la sexualidad. La pregunta que me hago entonces es qué escenas se imaginan desde la ficción y qué campo de efectos abren esas fantasmagorías en torno los cuerpos y las sexualidades que no responden a lógicas hegemónicas.

Una de estas máquinas imaginarias es La Virgen Cabeza. La historia comienza con Qüity, periodista y principal narradora que llega, a la villa El Poso para documentar un milagro: una travesti, Cleopatra, consigue comunicarse con la Virgen. Entre uno de sus mandatos, está el de “cultivar peces”, lo cual desencadena una actividad productiva en la villa que reúne a todos los habitantes. Además, las dos protagonistas se convierten en ídolas cumbiancheras cuya fama trasciende los límites de villa El Poso. Ese período de abundancia se ve abruptamente suspendido con la llegada de una comitiva policial que viene a desalojar a los habitantes de El Poso para trasladarlos a La Matanza y produce el exilio de Cleopatra y Qüity a Miami.