Última modificación: 2022-08-02
Resumen
En la literatura argentina de las últimas décadas, el género de horror comienza a tener mayor visibilidad, hecho que motivó, a la vez, nuevas lecturas de textos anteriores, incluso los fundacionales. La presente ponencia toma como corpus tres cuentos que pueden ser catalogados como narrativas del horror[1]: “La calle Sarandí” (1937), de Silvina Ocampo; “Las salas oscuras” (1969), de Amalia Jamilis; y “Un hombre sin suerte” (2015), de Samanta Schweblin. Todos ellos tematizan, de una forma diversa, el terror de la pedofilia.
Desde nuestra lectura, el horror de las obras tiene una doble dimensión política. Por un lado, los cuentos muestran el desamparo de la infancia: en Ocampo la víctima es una niña y el victimario, un hombre; en Jamilis, el crimen lo comete una mujer contra dos niños; por último, en Schweblin, el abuso sexual se mantiene en la frontera entre lo narrado y lo insinuado. Por otro lado, los textos cuestionan un paradigma maternal fundado y coaccionado por el control patriarcal. Mientras que Ocampo pone en escena varios tipos de maternidades —ausente, no biológica, forzada, imaginada—, Jamilis muestra un modelo ambivalente —representante tanto de un espacio de refugio como de monstruosidad— y Schweblin crea una madre imprudente, quien desatiende y avergüenza a sus hijas. Este terror político se encuentra sugerido, a nuestro juicio, mediante una “poética de la indumentaria”: en los cuentos, la ropa y los peinados son elementos que logran designar, oblicuamente, lo mórbido y siniestro.
[1] Este trabajo toma la definición de horror de Stephen King, quien, lejos de considerar la introducción de lo sobrenatural como un requisito ineludible del género, postula que el gore, el momento de impacto de la emoción, puede estar dado por los miedos y las presiones fóbicas sociales cotidianas (p. 23).