Dentro de la historia del arte, diversos textos —como Le vite de più eccellenti pittori, scultori e architettori, de Vasari; Geschichte der Kunst des Altertums, de Winckelmann; Die Erneuerung der heidnischen Antike, de Warburg hasta Devant le temps, de Didi-Huberman— han propuesto una manera de ver, analizar e historizar las producciones artísticas. Su repercusión, en el campo de discusión donde se insertan, y posterior legitimidad pueden llevan a posicionarlas como modelos hegemónicos de lectura. Sin ser absolutamente conscientes de este mecanismo, los textos nos predisponen ante el objeto, nos ofrecen un esquema de análisis para abordarlo. Pero estos «modos de ver» no fueron constituidos azarosamente, se enlazan con las «tradiciones del saber», «los regímenes de la verdad», «los lugares del saber», con la cultura. El Elogio —ofrecido por Gaspar Melchor de Jovellanos en la Academia de San Fernando en 1781— se corre del debate filosófico sobre las artes y propone una historia que las vincula con la intencionalidad política, la gloria y la identidad nacional.