Última modificación: 2018-11-27
Resumen
El objetivo central del presente trabajo es evidenciar la manera cómo en la actual producción de conocimiento neurocientífico acerca de la diferencia sexual se perpetúan los clásicos sesgos, sexistas y androcéntricos, que sirvieron para respaldar el régimen jerárquico y dicotómico de los sexos. Para ello, comenzaré describiendo cómo durante el siglo XVIII emergió un discurso que legitimó dicho régimen. Posteriormente, me referiré a la manera en que tal discurso fue “actualizado” por la articulación de argumentos provenientes de las nuevas áreas de conocimiento emergidas en torno la segunda mitad el siglo XIX. Sostendré que esta actualización se tornó “necesaria” debido a las tensiones generadas por el primer movimiento feminista de la historia y su cuestionamiento al orden jerárquico de los sexos. Sobre la base de estos hechos, consideraré que el discurso científico misógino decimonónico continúa vigente en las hipótesis de las que hoy parten las investigaciones neurocientíficas orientadas a la búsqueda de diferencias cerebrales, pero “reactualizado” y “enmascarado” bajo la complejidad que supone la implementación de las últimas técnicas y tecnologías disponibles. En otras palabras, mostraré que los argumentos científicos acerca de la inferioridad mental de la mujer, creados en el marco de la primera ola del feminismo, se encuentran presentes en los presupuestos de aquellos estudios que buscan diferencias cerebrales entre hombres y mujeres. Consideraré que la arbitrariedad en las interpretaciones de los resultados de tales estudios vislumbra que las mismas se orientan a corroborar la existencia de un dimorfismo cerebral sobre el cual sostener el régimen jerárquico y dicotómico de los sexos, hoy cuestionado por los nuevos feminismos críticos que desafían su legitimidad. Finalmente, voy a proponer una manera de contrarrestar dicho régimen, normativo y prescriptivo, a partir de la resignificación del propio discurso neurocientífico que pretende respaldarlo.[1]
[1] Elijo utilizar los términos “hombre” y “mujer” tratando dichas definiciones como categorías políticas que pretenden legitimarse en nuestra constitución fisiológica (por ello, a fin de mantener la coherencia y cohesión del texto no usaré la palabra “varón”, tal como suele hacerse en los trabajos feministas que evitan el uso de “hombre” por su remisión a un universal). Es decir, en mi opinión, la clasificación de los sexos actual, “hombre”- “mujer”, es una construcción producida por la estructura social de dominación, justificada sobre principios biológicos que de ninguna manera considero legítimos. Además, por cuestiones que exceden los límites del presente trabajo, al usar dichos términos lo haré desde una perspectiva cis (prefijo utilizado para describir a las personas que no son trans). Asimismo, tampoco señalaré los efectos que tienen las orientaciones sexuales no normativas en el actual régimen. Sin embargo, sostengo que el mismo es esencialmente cisexista y heteronormativo (privilegia a las personas cis, y las orientaciones sexuales “hetero”).