Año 2000. Con El salmón, Andrés Calamaro hace del Apocalipsis milenarista, de su ejecución profana a modo de desastre argentino, un procedimiento y una poética. Responde al derrumbe de los astros con la demolición de las concepciones habituales de creación y obra, en consonancia cronológica con la descomposición de una sociedad: un encierro de grabación, 103 canciones grabadas en equipos caseros, una poética que aspira a un ritmo vertiginoso, a difuminar por completo la frontera entre vida y obra.

Catástrofe universal, crisis nacional, plasmada en cinco discos de una letra íntima y visceral. Así, se perfilan dos ejes con los cuales trazar un recorrido posible dentro del caos prolífico de estos 5 discos de El salmón. Por un lado, las auto-figuraciones del autor, las imágenes propuestas por Calamaro como construcción de un yo poético; por otro lado, el cuestionamiento radical de la mitología nacional, un ajuste de cuentas con la historia reciente y con los íconos culturales de la argentinidad.