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La vanguardia es sobre todo uno de los intentos de reformulación más fuerte de la institución arte en relación con las otras instituciones sociales. Se trata  de encontrar un nuevo sentido a los espacios artísticos, de cuestionar los materiales con los que el  arte debe trabajar, en definitiva, de cuestionar las leyes, reglas y preceptos burgueses que ubican al arte en un lugar de la sociedad. La experimentación es, sin duda, el dispositivo que permite la búsqueda de lo nuevo. Experimentar implica abandonar la continuidad de la experiencia histórica, dejar de lado las formas emergentes de la tradición y seleccionar otras formas, otros materiales.. También la vanguardia suele definirse por ese intento de reconducir el arte a una nueva praxis vital. Revolución y vanguardia componen entonces, una curiosa ecuación que a partir del Segundo Manifiesto de Breton adquiere una significación mucho más operativa.  Las coherencias de la vanguardia parecen mostrarse en estas formas de búsqueda. Podemos pensar que la vanguardia implica tres posiciones: la vanguardia como respuesta política, la vanguardia como respuesta a la tensión “alta cultura /cultura de masas” y, en tercer lugar, la relación vanguardia-tradición. Elegimos dos nombres, dos escrituras para poner a prueba estos modos . Oliverio Girondo y Raúl González Tuñón nos proponen  poéticas muy diferentes que tienen un enfoque opuesto acerca de la poesía y el arte, pero ambos, tal vez, sin saberlo, están unidos por ese empecinamiento evidente en ser poetas vanguardistas, más allá de todo determinismo histórico, más allá de cualquier certificado de defunción.