Última modificación: 2018-06-29
Resumen
En nuestro recorrido por la pinacoteca del Templo de La Profesa, sita a pocas cuadras del Zócalo en México D.F. quedé fuertemente impactada frente a un óleo: La Alegoría de la muerte, fechado en 1856 y firmado por Tomás Mondragón, (Figura 1). Si bien a “prima facie” la obra se presenta como una típica figura decimonónica, la peculiar configuración de la imagen de la dama, medio viva- medio esquelética, nos resulta emocionalmente inquietante. El tema de la muerte se reitera en todas las épocas y en todas las culturas y de ello dan cuenta las artes visuales. En el caso de México, la representación de la muerte es una constante y de carácter obsesivo que se remonta a los tiempos precolombinos a partir del preclásico temprano y que sin solución de continuidad se extiende hasta la actualidad. En Mesoamérica la relación vida /muerte constituye un binomio conceptual de complementariedad que configura una unidad dinámica. El hombre precolombino vive para morir y muere para vivir y todo ello se desarrolla en un “tempus” de eterna circularidad. Durante la colonia se instaura una nueva concepción: el terror a la muerte, lo cual se constituye en un elemento que coadyuva al sometimiento ejercido por la Iglesia sobre los fieles. De ello resulta el surgimiento de una pléyade de imágenes macabras, de esqueletos triunfantes, de cuerpos en estado de putrefacción, de santos y mártires sádicamente torturados y de todo tipo de horrores.