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La espectacularidad, como ya han destacado varios especialistas, conforma parte intrínseca de las prácticas de martirio. En ella confluyen tanto la necesidad de testigos que acrediten el deceso como la presencia de los torturadores encargados de administrar la muerte. El vínculo entre los unos y los otros tendrá varias aristas interpeladas por el hecho de violencia. La sangre del muerto tendrá entonces un lugar de preeminencia en la conformación de tales lazos, puesto que oficia de marca de castigo y de elixir expiatorio según de que lado nos ubiquemos. Se pretenderá en este trabajo analizar el peso específico de la sangre derramada por el sacerdote Eleazar, del Libro IV de los Macabeos en una progresión temática. Es decir, por un lado nos enfocaremos en el análisis del texto que narra su tortura, de manera de entender cómo se entiende su sacrificio dentro del contexto del suplicio. Por otro lado, analizaremos además un ícono bizantino y un grabado de Gustave Doré. El texto, en este caso, nos servirá de puente entre el tormento y la santidad, representados en las imágenes. Creemos que es precisamente mediante el derramamiento de sangre que el simbolismo encarnado por el sacerdote puede moverse entre dos extremos antitéticos como lo son la extrañeza y la apropiación. Así, el anciano, de ser un personaje insólito y monstruoso pasará a ser una presencia venerable digna del respeto no solo de sus partidarios sino incluso de sus enemigos más acérrimos. De ese modo, creemos, con él comenzaría una ejemplaridad centrada en distintas aristas de su personalidad –todas ellas bañadas por su sangre– que lo construirían como el actor más acabado del cumplimiento de una voluntad superior en el mundo.

exégesis; transposición semiótica; martirio