Estar a la escucha. Abrir la posibilidad de la expansión de la voz: El espacio de la resonancia. Nos preguntamos si es posible dar lugar a una evocación de lo sonoro, dejando atrás la tradición metafísica que ha privilegiado la presencia de lo manifiesto en el mundo, de lo estrictamente visual. Diferenciar la permanencia de la imagen de la imagen sonora. Escuchar un sentido posible que no se dirige al entendimiento sino a un situarse en un umbral en donde el eco hace aparecer y desaparecer al sentido. El presente sonoro permite intuir un llegar y un partir simultáneos, se hace espacio de relación donde el sentido y el sonido, en una remisión infinita, se despliegan hacia la apertura de un sentir(se) sí mismo. Si comprendemos la escucha como espacio de expansión, podremos pensar el acceso de la palabra al cuerpo. La voz de la experiencia poética, la dicción que permanece en ella, es una presencia que aparece-desaparece desde la profundidad de la palabra. El cuerpo, así, es el lugar de la resonancia de esa voz que sigue en crescendo y que no desaparece porque está siempre ahí. El cuerpo como caverna retumbante en el sentir de su propia resonancia. Este sujeto que se escucha a sí mismo, sujeto de escucha, se encuentra siempre en un por venir. En la lectura de J. L. Nancy nos proponemos acercarnos a la experiencia abriente de una escucha que sólo es posible en la disposición sensible hacia la vibración, el tono, el timbre. Intentaremos permitirnos oír aquello que arrebata al sentido.