La narrativa de Samanta Schweblin se caracteriza por la configuración de sistemas opresivos, irrespirables y, en apariencia, inquebrantables. Sus textos instauran un orden que no se halla en lugares apartados ni en un futuro utópico o distópico sino dentro de los límites familiares del espacio doméstico. En la presente comunicación, analizaremos la singular configuración de la domesticidad que compone Schweblin en Siete casas vacías. En ellas encontramos hábitos que no se presentan como la facultad o saber de un sujeto sino como una forma de vida: las rutinas diarias ceden terreno a acciones sin finalidad ni agente en las que los protagonistas –en tanto vivientes- se pierden integralmente en ese hacer. De este modo, la escritura de Schweblin se emparienta con el método arqueológico: su punto de partida es el más férreo orden doméstico, sin embargo, en el despliegue de la trama, el desarrollo e intensificación de las redes de sujeción acaban por hacer estallar el dispositivo inicial y liberar las emociones y acontecimientos de toda figura de relación (los vínculos de parentesco, sociales, institucionales, pero también la relación con el sí mismo mediante el autocontrol o dominio de sí). La casa se vuelve así el escenario de efectos sin causas, vidas sin sentido o proyectos y aposentos sin dueño que se abren a la experiencia sin más.