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En el panorama de la lírica argentina, por lo menos desde principios del siglo XX, seadvierten ciertas continuidades que bien pueden configurar una serie poética de indagaciónontológica. Esta, ocasionalmente relegada a los márgenes, tiene aún plena vigencia, y en laactualidad cuenta —por lo menos— con tres voces que destacan por su originalidad: HugoMujica, María Rosa Lojo y Enrique Solinas. A pesar de la brecha generacional entre ellos,las obras de estos poetas se inscriben allí como modulaciones líricas que, lejos de la rigidezque imponen la ortodoxia, la doctrina o la confesión, se alzan como una forma de indagar—ya sea que se entienda esta acción como un ir en pos de o un hacer lugar para— el ser olos misterios últimos. Esto no significa que tales proyectos sean meramente tematizacionesde una exploración poética. Por el contrario, se trata, en rigor, de una visión particular de lapoesía misma como el escenario de cualquier empresa de ese calado. La la lírica de Mujica,de inspiración heideggeriana, por una parte, se propone como despojo y cobijo; lo primero,respecto de la palabra vana, instrumental; lo segundo, en relación con el ser mismo, queacontece en la poesía en tanto desnudez. En Lojo, por otra parte, el quehacer poético —inicialmente grave y hermético, luego más abierto y luminoso— es un derrotero que ligaborrosamente al yo con el origen, con una memoria ancestral que forma parte de un mundoescondido al que solo unos pocos tienen difuminado acceso. Finalmente, los poemarios deSolinas describen un derrotero —tortuoso al principio, más sosegado después— activo en pos de lo inefable, que se busca en los imaginarios autorreferencial y cristiano, pero quesiempre se escapa.