El racionalismo científico y filosófico emergente durante la Ilustración conllevó un cambio en la sociedad occidental: la religión y las supersticiones empezaron a debilitarse, produciendo un «desencantamiento del mundo» según Weber. Sin embargo, la irresolución por parte de la ciencia de preguntas que atañen al hombre (especialmente la de la muerte) desencadenó varias contrapropuestas, como el ocultismo y el espiritismo. Este marco acoge al Romanticismo, movimiento promulgador del sentimiento, la imaginación y el subconsciente humanos en el que se encuadran las manifestaciones literarias de lo fantástico y lo misterioso. El primero, de fervoroso interés en la investigación, pone en duda principalmente a través de narraciones la realidad extratextual reflejada en la intratextual al desarrollar en la segunda fenómenos extraordinarios que provocan en los personajes y/o el lector el Unheimliches freudiano: el no sentirse en casa aun estándolo. Cuando aparecen este tipo de sucesos u otros elementos fuera de lo común en la lírica no hablamos de lo fantástico porque no acarrean esa duda por parte del lector y/o el yo o las personas líricas, sino que los leemos en clave de símbolos. Para estos poemas proponemos el término de «lo misterioso», pues con su misterio generan miedo y atracción por igual que devienen en el Heimliches sentido por el lector y/o el yo lírico/narrador: el sentirse en casa pese a sus secretos. Veremos dos ejemplos de Juan Ramón Jiménez: la narración XXII de Sevilla (1915-1917) para lo fantástico y el poema XL de Jardines lejanos (1904) para lo misterioso.