Orfeo de espaldas a Eurídice, se ha mantenido firme en la convicción de que tras él, ella seguía imperceptiblemente cada uno de sus pasos hasta el ascenso en el que la luz los reconociera nuevamente. Lo ha hecho con la misma fe con la que había decidido descender a las tinieblas en busca de la amada luego de haberla perdido. En la oscuridad en la que Eurídice se encontraba, Orfeo sin embargo la veía más nítida que nuca y es a partir de esta visibilidad que no había podido renunciar a la ceguera de la reconquista, a la inserción en la noche de la cual Eurídice ahora formaba parte y en la cual su imagen cobraba el resplandor incandescente de lo oscuro. Hasta este momento, ella era ha él el signo claro de la pérdida.