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La Antigüedad tardía persiguió, entre sus fines, la homogeneización de la lengua latina y, a través de ella, la construcción de una identidad cultural sostenida por las tradiciones retórico-académicas de los siglos precedentes. Para ello se valió de la labor de las escuelas de gramática y retórica, que contaron con el patrocinio de los emperadores, tal como ocurrió con el mismo Constantino, en el siglo IV. A través de la adquisición de los saberes heredados, impartidos por las scholae, las aristocracias locales se convirtieron en los líderes naturales de sus comunidades y aseguraron la incorporación de las generaciones más jóvenes al sistema burocrático imperial.
El grammaticus y el rhetor, quienes tenían a su cargo el desarrollo de las prácticas pedagógicas, se dedicaron a preservar los “límites” de lo lingüístico y lo literario frente a la desintegración de la unidad de la Romanitas, ya que se desempeñaban como agentes de cohesión e inserción social ante la hostilidad creciente de las poblaciones germánicas que asediaban las fronteras imperiales. En este sentido se opusieron al avance de las variedades de la lengua, nutriendo numerosos etnocentrismos y pretensiones de hegemonía cultural. Así ocurrió con el latín no solo en el período tardío y en la Baja Edad Media, sino también en el Renacimiento.
A partir de lo dicho anteriormente, el interés de esta comunicación estará centrado en analizar la persistencia de los modelos pedagógicos tardíos y medievales en la formación de los jóvenes humanistas, en particular Garcilaso de la Vega, al que estimamos como un paradigma del cortesano y poeta; este revela en un conjunto de poemas escritos en latín la resignificación de temas, motivos y estructuras estróficas “clásicas”, que proceden necesariamente de normativas metaliterarias, textos canónicos y listas de autores confeccionadas en el Medioevo, que valoraban por igual a paganos y cristianos.

Antigüedad tardía; scholae imperiales; humanismo; Garcilaso de la Vega