El patriarcado es una organización social y familiar que tiene sus raíces en la constitución histórica de la humanidad. Basado en un  esquema distributivo de funciones ha tenido la capacidad  de modificarse y adaptarse a los cambios, pero convengamos que esta variabilidad es sólo aparente: su matriz de sentido se conserva intacta.

La fuerza autoritaria de su discurso conlleva un sentido normativo que modela y regula el comportamiento de los otros. Así, su  eficiencia histórica se puede observar, en el territorio corporal de la víctima, poblado de signos manifiestos u ocultos, el impacto de su acción continua. Esta capacidad de ejercer el control de los cuerpos, debe ser concebida como una manifestación fragmentaria de esa matriz ideológica ahistórica.

Un esquema regulador altamente productivo que el melodrama nacional, mediante operaciones de montaje y escenificación, diseña en su estructura narrativa configurando de este modo,  un sistema de oposiciones conservadas: el malo y  la buena. Uno, ejerce funciones autoritarias pues somete, domina, manipula y soporta, y el  otro, las acepta y al mismo tiempo, las resiste.

Arrabalera, estrenada en 1950, escenifica el ejercicio de esta fuerza autoritaria dentro de un espacio pequeño y privado.La mujer golpeada, sin fuerza, con un embarazo incipiente, logra huir de la fuerza sometedora del varón, mientras los vecinos la observan sin prestarle ayuda. Como si fuera un coro trágico,  sus voces impiadosas se pronuncian: “no te metás, por algo será”.  Un discurso que legitima la violencia patriarcal y que aún no ha perdido vigencia en el espeso entramado de nuestra sociedad.