Giorgio Agamben retoma la distinción griega de zoé y bios para referirse a la palabra vida. La primera se refiere al “simple hecho de vivir común a todos los vivientes (animales, hombres o dioses)”(2001: p.1); es la vida meramente biológica. Bios es la forma de vivir de un individuo o grupo. Es decir, la vida humana socialmente considerada. El poder político separa una de la otra convirtiendo a la vida humana en objeto de reconocimiento y cuidado por parte de un orden jurídico: un consumidor, un trabajador, un miembro de una comunidad política, etc. Cuando se suspende la legibilidad social de un cuerpo, queda un resto: la vida desnuda. Esta se encuentra en un límite ambivalente con lo animal ya que es la vida puramente orgánica.

Gabriel Giorgi encuentra que esa diferenciación de Agamben está presente en la literatura contemporánea porque el Estado moderno ya no protege de modo universal a la vida humana. Afirma Giorgi: “la dislocación de la ‘vida desnuda’ aparece, en este sentido, como material común a escrituras que hacen de ese límite ambivalente con la vida biológica una dimensión de exploración y de experimentación, trabajando el espaciamiento o separación entre el ‘sujeto’ (el individuo, la persona, el yo, etc.) y ese resto corporal, biológico, ese ‘ser viviente’ sin cualificaciones en el que, por factores que involucran dimensiones políticas, se convierten” (2008: p.49). Los materiales literarios del presente surgen, entonces, del desencajamiento entre la persona y la cosa viviente, entre vida y humana.

El matrimonio de los peces rojos de Guadalupe Nettel y El animal sobre la piedra de Daniela Tarazona son dos ficciones latinoamericanas que construyen relatos alrededor de la vida desnuda. Lo animal se presenta como un fundamento central en sus exploraciones acerca de la experiencia subjetiva. Por eso analizaremos las dos obras para observar cómo lo biológico se halla en el centro de la escena.