En el presente trabajo se analizará el cruce entre literatura e imagen que en Beya (le viste la cara a Dios), la novela gráfica de Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría, desenvuelve su potencia para dar cuenta del golpe de la violencia, en la era biopolítica, sobre los cuerpos sin derechos de los expulsados de la sociedad.

Al estar concebida como reescritura del cuento infantil, la novela, creemos, condensa un núcleo de sentido alrededor de la figura de La bella durmiente. Si en el cuento original (tanto en la versión de Perrault como en la de los hermanos Grimm) la maldición del hada vengativa, la de la muerte, es suavizada por el deseo de otra de las hadas, la de un sueño que durara cien años, en Beya el dormir busca una unidad y suspende una muerte que insiste en avanzar sobre un cuerpo desintegrado.

Desde la ilustración de la tapa, se suceden, una tras otra, imágenes de una identidad que lucha contra las fuerzas violentas que la obligan a escindirse en cuerpo y alma para resistir el avance de la vejación, que busca alcanzar el vaciamiento de su voluntad. En este sentido, el formato novela gráfica habilita la exhibición del cuerpo despedazado a partir de la disposición fragmentaria de las imágenes, que provoca una fuerte alienación de las partes de un todo. En el puti-club de Lanús, punto de fuga del orden biopolítico imperante, donde los derechos de la vida están suspendidos, Beya entiende que debe suspender su cuerpo y darse por entero a su espíritu, cultivado en la posición fetal de la niña que duerme. Solo así podrá desplazar la muerte hasta empujarla, finalmente, hacia los cuerpos que se la originaron.